Madrid, algún tiempo después del “exitus ”… Me atraganto con cada letra.
“¿Qué es lo que os han contado? ”… Así empezó todo, después, un largo pasillo, oscuro, interminable, vacío, y al final, tras
una puerta aislada en la penumbra, una luz… Por entonces nadaba perdida entre
la sensación de haber sido desahuciados y la esperanza de que, tras esa luz, hubiera una leve posibilidad, nuestra
oportunidad, ese pequeño milagro, el error que pasa desapercibido entre los
porcentajes.
Se agolpan los recuerdos pero los de aquel día permanecen con una
especial crueldad, me sentí invadida por una multitud… y no sois tantos. Caras
que van y vienen, nombres que se me escapan y aquella frase con la que
empezamos a caminar junto a vosotros.
Aún hoy desfilan en mi cabeza las primeras imágenes, las primeras
sensaciones: una chica en la puerta nos recibió con ojos llenos de ternura
mientras el Curilla nos guiaba hasta el final. Nunca conseguí recordar sus
nombres a pesar de que fueron los
primeros, pero no olvido su sonrisa afectuosa y su empeño por mantenernos
sentados mientras intentaban encontrar un buen comienzo para un horrible final.
Una rubia con chaleco de aventurera intrépida iba arriba y abajo,
como esos personajes de cine de acción: una reportera de guerra, o un médico
sin fronteras, de esas pelis en las que al final todo sale bien; con Choni
y María más adelante tuvimos nuestra aventura particular.
Enrique no estaba por allí pero
le nombraban con frecuencia, permanecía en el aire… mucho después me enteré que
se llamaba Ricardo.
Marta, con su sonrisa tierna;
Tamara, una mirada cómplice desde el principio; Elena, detrás de su mesa,
perdida entre papeles, buscando soluciones para todos; Alicia,
tan dulce, de apariencia frágil… pensé, ¿cómo puede trabajar aquí?.
Carola, no estaba pero enseguida
buscó su hueco entre nosotros.
Alberto, no se sentó, observaba
en la distancia, pero estaba allí siempre, siempre estuvo allí.
“No, si seguro que me toca a mí”… Otra frase que al principio pasó desapercibida,
y que hoy, escucho como un eco constante al que estoy inmensamente agradecida.
¡Que suerte hemos tenido!.
De aquel día, tengo grabada la imagen de la cantidad de pañuelos
de papel que había en aquel pequeño salón que invadía el despacho… pensé…: aquí
la gente llora mucho,…no hay salida,… ¡que angustia!. La pizarra llena de nombres y notas que ya ni
recuerdo. Poco después, vi desfilar por aquella pizarra a Nina
entre garabatos. Quise pensar entonces que eran estrategias, vías de escape,
búsquedas de soluciones. Quise entonces pensar que aún teníamos una
oportunidad, La Gran
Evasión.
Yo solo podía llorar…
Desde entonces ¡todo fue tan rápido!…, se me escapan los
instantes, pero tengo que agradecer
inmensamente la oportunidad que nos habéis dado de disfrutar cada segundo
durante cuatro meses y once días. Es difícil vivir con tanta intensidad y de repente parar en seco. Constantemente me
pregunto ¿cómo lográis mantener ese ritmo en un trabajo tan complicado? ... uno
tras otro…
Aún sigo esperando mis quince
días más, aún suena el timbre, y
espero veros aparecer.
No sé como explicaros la inmensidad de sentimientos que me invaden,
y decir gracias nunca será suficiente. Os quiero hacer llegar mi admiración por el proyecto que lleváis a
cabo cada día y por el empuje que ponéis para mantenerlo en pie. Gracias Ricardo
por empezar… y por seguir ahí. Gracias por conocerla.
Me acuerdo de cada uno de vosotros, aunque hoy no sepa poneros
nombre a todos y me atreva incluso a etiquetaros con algún que otro apodo
cariñoso: necesito que sepáis cuanto nos habéis ayudado con cada uno de
vuestros gestos. Gracias, a los que no pude o no supe nombrar, y que sé que
estuvisteis ahí. Espero que sepáis disculpar mi torpeza.
Elena, ¡como te hicimos
correr!... para nada. Todos lo sabíamos, pero buscar alternativas era nuestra
tabla de salvación, nos resistíamos a hundirnos… tan pronto. Gracias por tus
esfuerzos, por escuchar y por buscar horizontes para nosotros.
Alicia, pasaste poco por casa,
pero estás muy presente en nuestro recuerdo por la delicadeza que pusiste en tu
trabajo.
Marta, ¡cuanto cariño pudiste
poner en Nina! y ¡Cuánto,… cuanto tengo que agradecerte! cada sonrisa, cada
mimo, cada caricia, cada mano sobre mi mano para ayudarme a respirar. Gracias
por hacer de mi cocina un ambulatorio improvisado y por hacernos ver con
ternura la peor cara de su enfermedad. A pesar de todo, Nina siempre te sonreía y eso lo llevo en el
corazón. Te admiro por conseguir que, desde nuestra impotencia, nos sintiéramos
capaces de hacerlo.
María, acabé cogiéndole el
gustillo a nuestras charlas nocturnas. Una pena que no llegaran a convertirse
en rutina. Gracias por llenar de luz nuestros momentos más oscuros, por
endulzar lo que no podía ser más amargo y por dedicarle a Bruno
tanto esfuerzo como a Nina. Aun recuerda aquella mañana en su cuarto.
Choni, pura energía en mitad de
la noche, nunca olvidaré lo que me hicisteis reír en la aventura de la
escalera, la noche más amarga de mi vida. Te estoy enormemente agradecida por
cada sonrisa que me arrancaste con tu acento del sur, en mi inmensa soledad.
Jamás sentí tan cercano un abrazo
al alma como el tuyo, Carola. Lograste colarte entre nosotros y hacer
realidad cada momento amargo con ternura y comprensión, paso a paso, con la
precisión de un cirujano. No llamo, pero te echo en falta cada instante en el
que me siento perdida… ya sabrás que no son pocos. Gracias por llevarnos de la
mano y por conseguir que aún sigamos en pie.
Tamara, no hay palabras que
describan lo que siento. La peque de la pandilla consiguió que nos mantuviéramos
enteros a cada paso, y nos dio la oportunidad de no perder un segundo con Nina
y disfrutar cada minuto de sus últimas horas con nosotros. Cada mirada cómplice,
cada caricia de apoyo, cada gesto de tu cara, permanecerá por siempre conmigo
porque nos distes la llave para disfrutar, lo posible, mientras se apagaba la luz de mi vida. Gracias por ponerla en nuestros brazos. Gracias,
gracias…, gracias por estar ahí.
Alberto, no sé ni que decir. Te
admiro profundamente por la labor que desempeñas cada día y por como afrontas
cada situación, cada paso, cada avance hacia el abismo. Gracias por hacer que nuestros peores
recuerdos quedaran en el hospital, entre sus pasillos y despachos, donde
desgranabas los informes de todo aquello que no queríamos oír y que nos
obligabas a escuchar. Gracias por las notas de humor ácido en las peores
ocasiones, y por llamar a las cosas por su nombre a lo largo de esta Gran Putada,… de ahí debió venir lo de Talibán.
Bruno te recordará siempre como el
“pinchaculos”, y aún hoy, enrolla el estetoscopio antes de guardarlo en el
maletín, tal como tú lo hacías, mientras susurra: ahora me voy a ver a otros niños con mi furgoneta
roja. Gracias por humanizar mi casa cuando nos invadía el caos y la desesperación
y por hacerme creer, a ratos, que No pasa nada…de nuevo.
A pesar de lo peor, siempre recordaré que estuvieron junto a
nosotros los que tenían que estar, los que quizás supieran realmente que es lo
que estaba pasando y lo que estaba por llegar. No cambiaría ni un instante de
los que pasé con vosotros, a pesar de su crudeza, porque hicisteis que
mereciera la pena.
Desde mi inmenso agradecimiento os pido Valor
para seguir desempeñando este trabajo maravilloso que os ha convertido en parte
de mi familia. Os pido Perdón por cada comentario desafortunado o hiriente
y os dejo abiertas las puertas de mi casa para lo que necesitéis. Mi corazón ya
lo tenéis con vosotros. Os pido con toda mi alma que dejéis un pequeño hueco en
vuestros corazones para Nina, tan efímera que llegó en primavera, huyó con el
otoño y muchos no llegaron a conocerla… Esto también duele,… merecían disfrutar
su sonrisa llena de luz y eso os hace muy, muy especiales para mí.
Nos habéis dado el mejor regalo que nadie puede recibir: calma, estímulo,
compresión, ánimo, cruda realidad dosificada y tiempo, mucho tiempo en
Venturada. Dudo que alguna otra familia haya sido tan ladrones de tiempo como la
nuestra. Gracias por estar con nosotros a
demanda y por conseguir reconstruirnos con cada una de vuestras visitas.
Cada timbre de mi puerta, con vosotros al otro lado, lo he vivido como un rescate tras otro, a un cuando no había
llegado la morfina a casa. Ojalá supiera explicar lo que habéis supuesto para
nosotros.
Me sentí protegida, capaz, e inmensamente orgullosa de contar con
un equipo de gente como vosotros.
Queda tanto por decir, y el tiempo poco a poco lo devora todo. El
presente corre hacia el pasado y sólo me queda desear que os haya quedado algo
de nosotros que os merezca la pena. Os siento parte de mi historia… parte de mi
viaje con Nina… parte de mi familia, y ahora sufro también vuestra ausencia.
Sólo se nos ocurre poner una nota de color al final de aquel pasillo en penumbra que nos hizo llegar a vosotros, que sirva de
caricia para el alma al recibirnos entre mariposas y tanta gente buena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario