Mi historia


Con su eterna mirada infantil y su melena rizada, madrileña de nacimiento y andaluza de corazón pasó los días de su más tierna infancia con el alma dividida entre dos mágicas ciudades, no solo por la distancia geográfica sino por afectos partidos entre dos hogares deshechos. Sus primeros recuerdos no van más allá de los cuatro años cuando aun todo se mantenía dentro de la normalidad familiar más absoluta, sin embargo, no paso mucho tiempo antes de que todo comenzara a cambiar para surgir un nuevo haz de destinos para un solo corazón. Entonces llegaron los viajes, algo que jugaría un papel verdaderamente importante en su vida y en la imagen que proyectaría sobre todos los que le rodeaban. 

Tan solo pasaron quince días hasta que la pequeña trotamundos comenzó su ir y venir de aquí para haya de mano en mano, de cuna en cuna, recolectando afectos, recuerdos, nostalgias, que no mucho más tarde se tornarían en desengaño y desconsuelo.

A vista de pájaro se confunden los recueros con las anécdotas que se oían en los salones de casa y que cobran vida para confundirse con la más pura realidad. El olor a pan tostado por la mañana, el sabor de la mantequilla, la mesa de mármol, el destello de los relámpagos en las noches de tormenta sobre la farola de la esquina y el olor a plastilina se han quedado suspendidos en el tiempo y son difíciles de rescatar.

El color rosado de las paredes, aquel inmenso sofá donde solía sentarse siempre donde no debía, en la torre del vigía, donde el mundo parecía acercarse a su tamaño y desde donde podía afrontar cualquier desafío. Desde allí aun resuenan en sus oídos el sonido del giradiscos donde mágicamente nacían los cuentos que le hacían soñar y que una y otra vez escuchaba sin cesar.

También el olor a pasteles permanece en el tiempo, aquella cristalera inmensa llena de estantes brillantes que sostenían las ilusiones de los niños del barrio, y el tercer estante, entonces tan alejado del suelo, las palmeras de chocolate parecían desbordarse de su bandeja dejándose caer sobre sus manos cuando miraba al cielo y esperaba poder tocarlo con los dedos. Cuan lejos se puede viajar con la imaginación de un niño.

El miedo también tuvo su lugar y aún permanece al acecho en el pasillo, sobre la pared, con sus ocho patas negras enormes que no le dejaban pasar a su cuarto de juegos. Entre los sonidos, la lavadora y su eco en el baño, los zumos de la mañana, el taller de la esquina, las ambulancias, los truenos… y poco más.

El camino hacia el parque le queda borroso en el recuerdo pero aun así hoy consigue llegar hasta allí y deslizarse torpemente sobre sus patines de la mano de su madre, mientras observa a su alrededor como los niños juegan.

El camino al colegio se desvaneció por completo, pero aun quedan retazos del autobús, aquel día de excursión en se que acabó el agua, y todo parecía tan difícil. Los juegos sí,  incluso las amigas, el olor de la comida, y la siesta en clase, cuando parecíamos dormir y al acecho esperaba el momento adecuado para convertir su entorno en un campo de juegos, en castillo, en barco pirata, y en enfermería cuando alguien olvidaba sacar los dedos al cerrar la puerta… la primera imagen del dolor, la sangre y nada más. El recreo, los baberos, el olor de la cantina, jugando a las mamas y al lobo en aquel enorme patio que hoy tan solo es un callejón, la primera vez que todos decidieron seguirle. La ilusión de la espera cuando sabía que le estarían allí al salir de clase…como os demás.

Después en casa siempre estaba mama esperándola con su gran sonrisa y la comida preparada,…algo que seguramente no le iba a gustar pero extremadamente nutritivo, perfectamente afín a los colores de las tablas de nutrición. Las lentejas eran uno de esos frentes perdidos en los que su madre tuvo que rendirse con el tiempo y aun hoy siguen siendo un recuerdo desagradable que se convierte en tortura cuando “…no queda más remedio…”

Cuando llegaba el verano era toda una aventura, sobre todo cuando fue lo suficientemente consciente como para apreciar los cambios a su alrededor. El olor a queroseno es uno de esos recuerdos agradables que le quedan de su infancia, los viajes y su inmediatez le ponían muy nerviosa. Había que prepararlo todo y su madre la acicalaba para que  causara todo el encanto posible al llegar a su destino. En el interior del avión se sentía realmente segura, era el único lugar donde no le faltaba nada, todo iba con ella, salía de donde unos para llegar a donde otros. Sólo recuerda con tristeza el momento del despegue cuando automáticamente le brotaban lágrimas de sus ojos porque ya echaba de menos lo que todavía no había perdido. El zumo, las chocolatinas, las azafatas; de mayor quería ser como ellas, tan reconfortantes y llenas de encanto. La llegada era lo más importante porque las credenciales de la infancia te permiten llevar escolta en el aeropuerto, y el orgullo crece cuando ves la chaqueta roja aproximarse por la pista para buscarte solo a ti. Realmente era alguien.

Cuando llegaba a Málaga dejaba de ser niña para convertirse en princesa, adorada por todos y protegida al extremo. Le hacia sentirse bien tanta gente a su alrededor y le gustaba agradarles con sus mejores encantos, ella sabía que les hacía reír, y las sonrisas son los recuerdos más bonitos y duraderos.

Pero no todo allí fue siempre así, las circunstancias cambiaron bruscamente y el viaje de vuelta se anuló, la niña dejó de ser princesa por un tiempo y le quedó el recuerdo amargo de la rutina infantil. Cambiar de colegio puede llegar a ser lo más traumático que un niño puede padecer. Inaugurar el año escolar con un baño de lágrimas sin embargo puede  llenarte de nostalgia y con el tiempo hacerte recordar con cariño a quien enjugó tu sufrimiento. La escuela, eso si que te hace sentir realmente especial cuando pasa el tiempo. Aquella sonrisa de la profesora, entonces “señorita” y sus manos protegiéndote en aquel enorme laberinto en medio de tu desesperación. Luego todo se vistió de color, nuevos amigos, nuevos juegos, de nuevo los olores de la cantina, las pinturas y la primavera del sur que se colaba por la ventana cada atardecer aprovechando el dulce balanceo de los columpios.

El nuevo camino a casa era la aventura de cada día. El descampado que había que atravesar para evitar la carretera se convirtió en su selva particular abierta para sus juegos e invenciones y donde cinco minutos de camino se alargaban una eternidad, cuando aun no se ha perdido la capacidad de vivir la vida segundo a segundo.

¡Que largo se hacía el verano! La piscina, las cabañas en los árboles, las guerras contra las niñas en las que siempre formaba parte de los chicos en una súbita transformación; el monopatín, el elástico, el mate, el perseguido, el innombrable látigo donde un simple juego acababa con ua visita del médico, las guerras de aceitunas, los mensajes secretos… y mil y una historias por inventar.

Los perros estuvieron siempre con ella en su niñez, para volver luego más tarde, y aunque nunca fueron suyos si los vivió de cerca como aliados de su ejercito y leales miembros de su pandilla. Las primeras bicicletas llegaron con la mercromina, las tiritas y los dramáticos pinchazos que podían acabar con toda una tarde de diversión sobre ruedas. Era divertido bajar a toda velocidad la cuesta y por el “Carril” llegar hasta el Estanco donde les aguardaba todo un mundo de golosinas. Drácula y el Capitán Cola siempre formaron parte de su niñez y eran un premio difícil de lograr.

Le gusta recordar sus primeros paseos en moto, cuando era tan pequeña que su cuerpo dejaba aun espacio para otros dos en el mismo asiento. El aire el la cara, el olor a mar y la sensación de estar haciendo algo prohibido, le llenaban de emoción como al resto. A la cinco sonaba el claxon y llegaba el reparto mientras los niños corrían para ver que podían recoger, sonrisas y…lágrimas. La emoción más dulce de la tarde llegaba siempre en ciclomotor  y olía a césped recién cortado. Cuando Cristóbal abría sus manos curtidas por la tierra y asomaban entre sus dedos las golosinas, lo niños corrían al su alrededor entre regocijo y alboroto. Con la caída de la tarde las gallinas comenzaban su letargo pero no sin antes recibir, cuando el calor de la tarde se rendía sobre sus comederos, la ración de sobras del día, otros de los olores que inundan la niñez su niñez.

Ahora todo quedaba tan lejano, sumergidos en el tiempo se confunden los recuerdos en su loca huida hacia delante. Todo son tinieblas e incertidumbre,…después de tanto esperar esto no es lo que había imaginado. Ahora perdida,sin saber donde mirar, continua andando y retrocediendo en busca de respuestas que aun están sin contestar. Es aun una niña encerrada en su cuerpo de mujer, intentando parar el tiempo para poder pensar,…le cuesta tanto. No sabe distinguir la realidad y sus sueños, se empeñan en ponérselo aun más difícil vistiendo de seda el fantasma de la oscuridad. Le da miedo pensar en el pasado porque aun le quedan tantas cosas por vivir que mirar atrás sería como rendirse.

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